domingo, 12 de julio de 2009

En torno a Trujillo y su Parque Monumento Por David Alejandro Mora Roche

¿Adónde van los desaparecidos?
Busca en el agua y en los matorrales.
¿Y por qué es que desaparecen?
Porque no todos somos iguales.
¿Y cuándo vuelve el desaparecido?
Cada vez que lo trae el pensamiento.
¿Cómo se le habla al desaparecido?
Con la emoción apretando por dentro.
Rubén Blades


Qué bello panorama: Naturaleza asimétrica, vistas metafóricas y verdes impredecibles; se ve un caprichoso grupo de montañas que maravillosamente forma lo que pareciera ser un cráter, y en el fondo de éste, tejados disímiles y fachadas de casas solo comparables con la melódica imaginación infantil. Ahora el parque: epicentro de calles vertiginosas que lo atraviesan todo, calles que sólo están hechas de concreto en la planicie y parte inferior de las montañas, pues a medida que ascienden por éstas, parecen nacidas de la tierra, son como lodo; asemejan un río; y finalmente, creo, llevan al cielo. De un lado a otro ruedan camperos y también caminan personas; personas que parecen vivir, y en efecto lo hacen, no se porqué, ni cómo, pero ahí están; niños y niñas que juegan en la plaza, seguramente ignorando lo que corrió por el suelo que recorren sus pasos, sometidos a desconocer, o conocer a medias lo que sucedió ahí, donde alegremente sonríen mientras cantan sus rondas.

Quizás la amnesia colectiva pretenda preponderar, pero desde aquí, desde el barrio “La Escopeta” puedo ver cómo aquel muro blanco, llamado Parque Monumento, reúne cientos de voces que al unísono pretenden contar la cruenta guerra que sacudió a Trujillo durante finales de los ochenta y mediados de los noventa, una sanguinaria batalla librada por diferentes frentes de guerra que sistemáticamente asesinaron a centenares de personas convirtiéndose en una de las más crueles masacres de nuestro país; tuvo su máximo clímax de horror en 1990 del 31 de marzo al 23 de abril, cuando un contingente de militares y paramilitares desaparecieron cerca de 30 personas -campesinos, trabajadores y al párroco del pueblo Tiberio Fernández – en la feroz guerra que libraban con sectores de la guerrilla colombiana. En esta masacre confluyeron todas las formas de violencia, desde la violencia política represiva hasta la violencia social; desde la violencia guerrillera hasta la delincuencia común y el narcotráfico; desde la vinculación del Estado con sectores al margen de la ley hasta convertirse en un crimen la protesta social. La guerra arrasó poblaciones, colándose en la cotidianidad, replicándose en la intimidad del hogar y borrando a los seres humanos que por una u otra razón experimentaron el milagro de que sus cuerpos no fueran asesinados, pero hay muchas formas de generar muerte: el miedo, el hambre y el silencio, son ejemplo de ello.

Regresando al asunto del Parque Monumento empotrado en una de las montañas de la cordillera occidental colombiana, debe decirse que tiene su paradoja: debe sobrevivir en su precariedad. Cada vez que el vandalismo, la intemperie o el tiempo lo amenazan, la comunidad debe invertir tiempo, esfuerzo y dinero de su bolsillo para evitar que se desmorone y desparezca. Pese a su fragilidad y gracias a ella, los habitantes deben poner en marcha la memoria día a día, renovándola, haciéndola presenta cada instante. El Parque Monumento que han construido sus habitantes hace una ruptura con el concepto de monumento tradicional. Este fue construido precisamente por quienes fueron marginados de la justicia estatal, quienes tuvieron que vivir en carne propia por largos años las arbitrariedades del poder. Desde el silencio de la marginalidad, los habitantes de Trujillo produjeron un monumento en el que todos participan. Todos contribuyen con ideas, con ahorros, con gestiones. El monumento ha sido hecho durante largo tiempo por todas las personas que no solo luchan por no olvidar a sus muertos, sino además por entender la realidad que se los arrebató y por lograr que otras personas entiendan y aprendan de esa experiencia.

Al entrar al Parque Monumento se puede ver a través de la galería de retratos la mirada de centenares de personas asesinadas durante la barbarie, miradas que obligan a conocer lo que pasó. El conjunto de osarios es estremecedor. Están alineados en forma de media luna. Son siete niveles ascendentes –uno por cada año de horror- que se pueden recorrer a través de un camino en forma de zigzag. El recorrido agota, parece inacabable y deja el espíritu lleno de desconsuelo. Sobre los módulos que agrupan los osarios hay jardineras y entre ellas un sistema de riego que hará que una corriente corra por canales desde la cima como un símbolo de vida y sed de justicia. Eso es lo que está proyectado. Por ahora lo que se encuentra son los canales pelados y unos chamizos que luchan por sobrevivir a l ataque de las hormigas. Al continuar por el sendero se llega a otra sección que se llama “La ermita del abrazo”, allí dos frondosos árboles de guamo se entrelazan y bajo su sombra se levanta una capilla y el mausoleo con los restos del padre Tiberio Fernández. Las obras están hechas en sentido oriente-occidente simbolizando el nacimiento de la vida y el ocaso de la muerte.

De esa manera está hecho el Parque Monumento, y así los habitantes de Trujillo aseguran una remembranza siempre presente, además de comunicar de qué se trata esa historia que el monumento conmemora. Cualquier persona puede entrar a él y dejarse afectar por este. El Parque Monumento de Trujillo se ha levantado desde la experiencia contemporánea de la memoria, en una pieza contestataria frente a la frustración de lo ejercicios conmemorativos del poder oficial. Es por fin la voz de los que sobrevivieron a la barbarie y gritan “nunca más”. Y es la forma material del verso de Manuel Vallejo Mejía: “Uno se muere cuando lo olvidan”.

Ensayo final Por Juan Manuel Rodríguez A.

Dentro de la historia musical, la palabra “trayectoria” parecía ser algo cercano a un abra-kadabra que abría puertas y conseguía contratos dentro de las más prestigiosas disqueras. Son notables las historias de las bandas que empezaron como un acto ‘indie’ y que, después de un éxito, ¡pam! ya jugaban en las ligas mayores, vendiendo discos por montones y algunas veces –muy escasas, a propósito- siendo aclamados por la crítica al mismo tiempo. Sin embargo, tras dos o tres cucharadas del tan sobrevalorado “éxito”, los grupos parecían perder su esencia y aquello que los impulsaba a hacer música (con unas cuantas excepciones). Unos años después, el grupo era tildado como una fuerza influyente dentro de la industria y daba origen a toda una corriente de nuevos artistas influenciados con su sonido, pero que muy pocas veces lograban imitar su calidad. Así, hoy hablamos de muchos artistas como las “Next Big Things”, pero en realidad, no estamos haciendo más que apoyando una versión mediocre de unos planteamientos que se hicieron en un pasado con mucha más fuerza y pericia.

Ok, antes de seguir, no tengo la intención de sermonear al lector sobre la (en mi opinión) agonizante condición de la escena musical actual. Al fin y al cabo, no tengo el conocimiento (o los títulos) para ello. Pero después de ver como Viva La Vida or Death and all his Friends de los “nuevos Beatles” Coldplay recibió un premio como mejor álbum del 2007 hace mucho tiempo, sentí que tenía la necesidad de decir algo al respecto. No pude condensar mis pensamientos sino hasta este mismo instante, principalmente porque estaba muy ocupado buscando la forma adecuada de decirlo: punzante pero no hiriente; conciso pero no incompleto; certero pero no soberbio. Después de mucha investigación (un eufemismo de ‘perder el tiempo escuchando música a la que nadie suele prestar atención actualmente’) creo que he podido encontrar la forma correcta de hacerlo.
Primero, la música es un arte, pero también una forma de comunicación (apoyada en el lenguaje sonoro, tanto de las palabras como de los instrumentos y las melodías) así que debe entenderse como una composición compleja en distintos niveles: el primero es el explícito, que consta del significado literal de las palabras mientras el otro es totalmente lo contrario, y se oculta tras las infinitas interpretaciones o significados de ellas. Las composiciones instrumentales, por ejemplo, suelen recurrir a este segundo nivel casi en su totalidad; excepto cuando una pequeña dosis de significado explícito es proporcionada por los autores. Marzo de 1998, el excepcional álbum Ocean Songs de los australianos Dirty Three sale al mercado y es un éxito crítico (en cuestiones de ventas no tanto, convirtiéndose en un álbum de culto); y aunque las 10 composiciones si logran transmitir el feeling acompañado de las imágenes que dan título al trabajo discográfico, esa pequeña pista sobre el contenido del álbum es fundamental para entenderlo y apreciarlo en su totalidad. Así, una canción puede entenderse en un primer nivel (este tipo de canciones suelen convertirse en éxitos pop o canciones altamente populares, ya que el vocalista deja claro sus sentimientos y posiciones frente a los problema, haciendo más fácil que el público se identifique con ellas) o bien, apoyarse en métodos de composición menos ortodoxos (un ejemplo es la denominada “imaginería surrealista”, evidente en el álbum Emergency & I de los norteamericanos The Dismemberment Plan) para NO ser un hit, aunque esto último es muy relativo, ¿son las letras de “Smells Like Teen Spirit” una composición que carece de significado implícito?, lo dudo mucho.
Segundo; como se mencionó en un punto anterior, la gente disfruta mucho más de las canciones compuestas en el primer nivel del lenguaje, cosa que es totalmente lógica. ¿Cómo disfrutar algo que no se entiende?, las canciones en un idioma extranjero también suelen ser rechazadas en cierta medida por esto: Como seres humanos, incluso en los asuntos más irracionales y pasionales de nuestra existencia, tenemos la necesidad latente de encontrarle un sentido a las cosas lo cual no es un problema. Retomando lo planteado al inicio y ubicándonos en un contexto más familiar, todos sabemos que América Latina no ha sido un lugar muy dado a la experimentación musical -tampoco los Estados Unidos recientemente (en este momento todos me considerarán un snob) pero lo fueron en algún momento-. Dicha experimentación, la cual surgió hace décadas y que posteriormente fue apropiada por músicos buscando el dinero más que el arte (un verdadero cliché, pero verdadero) dio como resultado lo que escuchamos hoy en día: por ejemplo, Soda Stereo, tiene ciertos momentos en los que se escucha un eco de los británicos The Police.
Ahora sí, el primer problema que noto a la hora de hablar de música es la idea ridícula, común entre todas las personas (en algunos momentos, me incluyo), de que “si te gusta, es bueno”. Claro está que pensar así no es nada malo, pero términos tan absolutos como “bueno” y “malo” no son del todo apropiados para asociarlos con algo tan subjetivo como el gusto: “De música ligera” (el mayor éxito de los ya-citados Soda Stereo), por mucho que nos guste (o la detestemos) no es la mejor (ni la peor) canción del universo. Para ser precisos y no cometer atrevimientos como el anterior a la hora de hablar de música, sería apropiado separar los planteamientos subjetivos de los objetivos: de esta forma, una canción nos puede resultar “agradable” (dimensión subjetiva) y a la vez puede ser “innovadora” y/o “influyente” (dimensión objetiva). Hay que notar que cada categoría es independiente de la otra: “Sister Ray” del Velvet Underground, pieza que se podría definir como una “oda” al ruido, podría no resultar agradable a todos los oídos; sin embargo, con el paso del tiempo se integró como una de las mayores obras maestras del rock, influenciando a más de un músico en el futuro (entre ellos, The Jesus and Mary Chain, Sonic Youth, Pavement y todos los asociados con el “noise-pop”). ¿Pero quién define aquello que es objetivamente importante dentro del tan cambiante mundo de la música?, la respuesta es sencilla: la historia. Más allá del hype generado por la prensa o las ventas de un disco en particular, aquello que define que es lo innovador o influyente es la historia en sí, dejando de lado toda posible subjetividad del criterio.
Sin embargo, esto último no es del todo cierto, ya que cada uno tiene una historia personal con la música que escucha (si nuestra biblioteca musical consiste solo de artistas como AC/DC o Tesla, es obvio que al escuchar algo como Velvet Underground o Suicide vayamos a pensar que son innovadores…en este caso, sí lo son); pero este aspecto de la música pertenece a un nivel más objetivo y que no cualquiera puede tocar sin decir algo riesgoso. De ahí mi disgusto por el paradigma citado anteriormente de “si te gusta, es bueno”; porque este último tema es ajeno a nuestra condición de meros espectadores de la música, este criterio está reservado para aquellos que realmente saben de lo que están hablando: los musicólogos, los músicos, uno que otro periodista, y a veces –muy escasas- un melómano que haga valer su afición. Ser ajeno a esta dimensión no del todo malo, me he dado cuenta de que, en una que otra ocasión, es mejor resignarse a decir “si, me agrada” sin entrar en un debate objetivista sobre la validez del artista o de la música que produce. E incluso, el solo hecho de sentarnos a escuchar un disco que nos gusta “porque sí” resulta mucho más placentero que vivir a base de obras tipo Sister Ray.
No hay absolutamente nada de malo en fluir exclusivamente en ese primer nivel de las canciones, por favor, lo primero que hice al plantear mi teoría fue dejar de lado los conceptos de “bueno” o “malo” (excepto para este último planteamiento, claro); hablar objetivamente tiende a volverse tedioso e irritante, además, siempre está presente esa paranoia que nos hace temer que nuestros argumentos sean demolidos vorazmente en cualquier momento; esta es otra razón para abstenernos de juzgar la música, y limitarnos solo a escuchar, disfrutando cada nota como si fuera la mejor que hemos escuchado en nuestras vidas. Pero también, y esta es mi sugerencia para el lector, hay que dedicarnos a explorar y entender el complejo mundo de la música, no quedarnos en las mediocridades o clichés que nos alimenta la radio o los canales de música hoy en día: redescubramos la sin igual habilidad de Jimi Hendrix en la guitarra; las provocadoras letras de Jim Morrison; los himnos a la juventud de los Who; la poesía hecha música de Patti Smith; la estridente voz de Sinatra; los asaltos sonoros de My Bloody Valentine; las arriesgadas improvisaciones de Ornette Coleman; los arreglos de Miles Davis; o las melodías metafísicas de John Coltrane; la excepcional narrativa urbana de Biggie Smalls; los confesionales relatos de Nas; el llamado a armas de Public Enemy, en fin, hay muchas cosas allá afuera que podemos descubrir; tal vez la mejor opción es recurrir a la modestia: reconocernos como un escucha más y buscar nuevos horizontes para nuestros sentidos ¿Para qué quedarnos en ese primer nivel?, ¿qué perdemos con superar, por ejemplo, la tan trillada balada sentimental, excepcionalmente común en nuestros días?, ¿para qué premios a los mejores álbumes? Qué diablos, ¿por qué estoy gastando palabras en hablar de música?, ¿a quién diablos le importa si es “buena” o “mala”?, estimado lector, mejor olvide todo lo que dije anteriormente.
Yo, por mi parte, tengo un par de álbumes de Eric Clapton que he estado aplazando desde hace mucho tiempo.

Sobre el odio/ Para leer y odiar Por Román Andrés Jiménez Oviedo

A ti que sientes con recurrencia que cada vez más pequeña y despreciable se hace tu existencia; que sabes que no vales y no valdrás nunca lo suficiente para los demás; que crees estar solo y a tu alrededor no ves más que la negrura de tu sombra y el sol que te recuerda estar vivo; a ti que piensas estas cosas y muchas más, no te preocupes, no te equivocas en nada.

Mira en un espejo y no mucho encontrarás. No mucho que valga la pena, te aseguro. Escúpeme, ódiame. Al menos yo cuando te veo, tengo la delicadeza de decirte cuanto te desprecio. Ellos sonríen a ti; te preguntan cómo estás cuando lo único que les interesa es saber porqué luces tan andrajoso. ¡Pero mírame! ¡Maltrátame! Nunca eres capaz de decirles lo que sientes. A mí en cambio, sí me juzgas. Ni por todo el tiempo y las cosas que pudieron haber sido pero nunca fueron, tu cabeza entiende que no podrás evadir la perdición. Les aconsejo a ambos, a tu cabeza insensata, y a ti incapaz, que antes de que todo termine, nos participen un poco de lo que el mundo les ha obligado a recibir. Mátame si quieres, pero a ellos también. Tú y tu cabeza pueden pestañear y no estar más, así que exploten, y su interior ahora ácido, habrá de licuar el exterior de alguien más.
Alguna vez tuviste que haber odiado con la efusividad propia del más laborioso de los niños. Alguna vez alguien que apareció en tu vida de un momento a otro, debió contar con los méritos, con las cualidades; debió haber superado todos los obstáculos para ocupar ese envidiable lugar en tu corazón. Todos hablan del amor. Dicen que es lo más maravilloso que puede existir; que no hay condición más sublime que estar enamorado; Dios te ama, ama a tus semejantes.
La humanidad odia. ¿Por qué no habrías de hacerlo tú? No es necesario sentir a más no poder ganas de desaparecer a alguien. Alguien debe padecer y ya es hora de que no seas tú. Tal vez no quieras matarlos; tal vez sólo quieras su infelicidad. Tal vez dure eternidades; tal vez nunca ocurrió. Hitler odió. Alá nos hizo odiar. Drogas, alcohol, sexo y violencia no nos hacen odiar; nosotros hacemos de estos elíxires, estigmas de odio y desprecio. ¿Ya mencioné matar? Matar es mal visto porque no se tolera que la vida sea alterada por alguien sin un mínimo de fe en torno a su ego; porque la vida en su ciclo más común y repetido no considera finales influenciados; porque matar no está en la naturaleza de la vida. Y acaso no lo están las pasiones que nos perturban hasta conseguir su pase de salida. No todo lo que sentimos debe ser alegría, pasteles y colores; es tanto o más sano, respetar el lugar de lo no tan bueno, de lo no tan feliz. Qué hay de malo en sentir envidia si nosotros no la buscamos; si nosotros sólo respondemos a las provocaciones. Por qué habría de sentirme avergonzado de desear a la pareja de mi mejor amigo si ellos sabían que no soy perfecto. Y jamás, escúchenlo bien, nunca les daré la satisfacción de verme arrepentido por el odio que les profeso más allá de cada instante. Nunca los dejaré regocijarse con mi imagen acurrucada en un rincón viéndolos con miedo, mientras cada uno de ustedes me escupe con sus sonrisas de envidia (porque sé que todos me tienen envidia y son unos hipócritas).
Yo sé lo que es el odio porque no he tenido tiempo para zarpar en la búsqueda del amor, de aquel generoso sentimiento que pudiera dar sentido a mi vida. No he tenido tiempo porque los 18 años de mi vida los he gastado velando por algo que espero me dé verdaderas respuestas; 18 años acrecentando mi odio. No he buscado el amor porque no lo he querido; porque no todos tenemos que quererlo. Busco respuestas a preguntas que nadie me hizo; quiero saber porqué son todos tan diferentes a mí; porqué todo debe ser tan fácil y tan difícil. Quiero saber porqué todo debe ser tan extraño; porqué el mundo me confunde y no se me revela cómo realmente es. Con altos, con deslices, con vacíos en mi pensar, una existencia hastía de odio que intenta sin consuelo sobrevivir, da su alma por no morir en un mundo ya muerto de sosiego, en un mundo donde otros que sienten lo mismo a universos de distancia, están sufriendo igual que yo.
Odiar es tan magnífico como lo es lo desconocido. Odiar es tanto o más placentero que comer, que defecar. Odiar es dejarse morir; abandonarse en un mundo de desolación donde el caos nos prevendrá siempre del descuido. Odiar nos mantendrá lejos del riesgo de perder el sentido de nuestras existencias; de caer en el sosiego. En los momentos que más solos nos sentimos; cuando el mundo se olvida de nosotros -como tantas veces lo hace-; cuando nadie quiere entender lo que arde y nos destruye desde nuestro interior; cuando nadie más está ahí, sólo se tienen cada uno a ustedes mismos. No traten de engañarse; ustedes sólo se importan a ustedes mismos. Por más que merezcan ser juzgados; por más que hayan ganado padecer en el infierno -que a la mayoría ya espera-; por más que ustedes mismos se den cuenta al fin, que no merecen vivir y que nunca lo merecieron, jamás se darán la espalda. Cuando las miradas incriminatorias del mundo señalen al unísono sus caras gachas, lo único que les queda es desenmascarar lo que realmente es un ser humano: Prepotencia, egoísmo, insensatez, pasión.
Todo conduce al odio. Todo lo que somos y para lo que nacimos no tiene final distinto al desprecio del valor de alguien o de algo. Creemos vivir en pro de la felicidad, de un bienestar rememorado del que sólo tenemos relatos; de una paz que no hemos conocido pero estúpidamente seguimos añorando. Pues déjenme decirles que si así lo creen, sus vidas son puras mentiras -aunque nunca sepan siquiera que existo-.
Hablemos del otro, de quien está junto a nosotros, de cuán bien pueda irle. ¿Qué nos provoca eso? Nos provoca querer vivir lo que le alegra de tal manera, pero a cambio, por nuestra incapacidad de aceptarlo, nos ahogamos en océanos de ira y resentimiento. Saber nuestros deseos sin valor para ellos, no podría despertar en nosotros nada distinto a lo peor. Ahora bien, pensemos que somos nosotros quienes poseemos algo envidiable, algo que cualquiera daría por tener. Somos conscientes de que muchos desean esto que tenemos, y cuánto más lo desean, y cuánto más cercano está quien lo desea, pues más dichosos habremos de sentirnos. Hay algo de odio aquí también. Decimos despreciarlos, pero la verdad es que gozamos con su impotencia. Hay algo de odio en saber que quien cuida nuestra espalda espera la más mínima oportunidad para arrebatarnos lo que de ser por nosotros, nunca compartiríamos. Por cosas como esas es que odiamos. Las bajezas, la basura que habita en nosotros y despierta para hacernos ver como huérfanos de razón, no son ajenas al odio. Todo lo no bueno que el mundo nos provoca, todo contribuye en gran parte al menoscabo de nuestro espíritu. Si todo comenzó porque no nos tomaban en cuenta, ahora se trata de que sólo nos determinan para llamarnos insensatos y mal hablar cuánto puedan.
Nos sentimos listos a explotar; esparcir nuestras entrañas sobre quien más cerca se encuentre. La impotencia nos somete y la razón huye. Salva sus culpas antes de cualquier juicio. Sólo quedamos nosotros y nuestra pasión. Ya no somos lo que sea que éramos antes. Nada nos diferencia de la más instintiva de las bestias. Esperamos nuestro conejo, el muletazo decisivo para dar el último paso. Lo hacemos. Ahora somos máquinas fuera de control; máquinas sin conciencia racional. Sabemos que estamos sintiendo; no en el preciso instante, pero lo sabemos (demuestra esto que los vestigios de conciencia nunca acaban de irse). Esta maldita conciencia que nos resta no es más que un engaño con tensas ataduras a lo emocional; no olviden que la razón entró en pánico. La “naturaleza” nuestra a la que tanto citamos para presumir grandeza y perfección no lo soporta más. Se ha cansado de rogarnos; nos imploró cuánto pudo. Lo hizo hasta cuando se dio cuenta que no lo merecíamos. Ahora nos ignora; ahora no le importa lo que nosotros podamos desear, lo que creamos querer. Ahora es ella y sólo ella la que decide cómo y cuándo actuar. Se cansó de implorarnos, de intentar convencernos qué era lo más sano. Nosotros no lo queríamos pero eso no importa ahora; ella nos ha sometido. Ahora ella nos abrirá los ojos y nos enseñará lo que realmente es vivir. Nos enseñará a sentir.
Finalmente, hablar del amor, de los sentimientos. Tan fácil es saltar un abismo que no es más que una grieta en el suelo, para llegar del amor al odio. Alguien lo había dicho antes; no importa, alguien había dicho ya todo. Después de que habíamos entregado lo más bello que podíamos, de haber olvidado al resto del mundo por alguien, de acomodar nuestro futuro para que esté junto al suyo; después de haber amado y haber sido decepcionados, lo único que nos queda es una fuerza descomunal que viene con un impulso imposible de detener. ¿Entonces qué nos queda? Nada. Dejar que toda esa fuerza mane, que la pasión que guardábamos escape, pero ya no en forma de amor porque ese alguien ya no lo merece; ahora toda esa pasión se volverá aversión; tomará forma de asco, de dolor. Así pues, es cómo desnudamos lo que realmente somos; lo que realmente es cada ser humano: Puro y físico odio.
No lo penséis más. Ha llegado la hora de sentir. De dar inicio al frenesí de impulsos; obligaciones ineludibles que la pasión nos ayuda a alcanzar. Odiad con la fuerza inexplorada de vuestras almas. Liberad toda esa pasión que nunca ha debido estar encerrada, que nació en vuestros corazones para ser libre. ¿Los otros? Odiadlos también. Lo merecen. Vosotros también lo mereceríais. Ellos ya odian. Ellos os odian. No los dejéis que os insulten. Hacedlo vosotros primero. Hacedlo con toda la ira, con la negatividad más explosiva, con el rencor que a más gente pueda herir. Sólo si habréis odiado, queridos desdichados amigos míos, sólo de esa manera habréis conocido la vida misma. Habréis nacido como verdaderos seres humanos; os habréis recibido como realidades, no como pretenciosas copias tan falsas como la bondad y los finales felices. Gracias.
…Sorry, Junky Jack Flash