Dentro de la historia musical, la palabra “trayectoria” parecía ser algo cercano a un abra-kadabra que abría puertas y conseguía contratos dentro de las más prestigiosas disqueras. Son notables las historias de las bandas que empezaron como un acto ‘indie’ y que, después de un éxito, ¡pam! ya jugaban en las ligas mayores, vendiendo discos por montones y algunas veces –muy escasas, a propósito- siendo aclamados por la crítica al mismo tiempo. Sin embargo, tras dos o tres cucharadas del tan sobrevalorado “éxito”, los grupos parecían perder su esencia y aquello que los impulsaba a hacer música (con unas cuantas excepciones). Unos años después, el grupo era tildado como una fuerza influyente dentro de la industria y daba origen a toda una corriente de nuevos artistas influenciados con su sonido, pero que muy pocas veces lograban imitar su calidad. Así, hoy hablamos de muchos artistas como las “Next Big Things”, pero en realidad, no estamos haciendo más que apoyando una versión mediocre de unos planteamientos que se hicieron en un pasado con mucha más fuerza y pericia.
Ok, antes de seguir, no tengo la intención de sermonear al lector sobre la (en mi opinión) agonizante condición de la escena musical actual. Al fin y al cabo, no tengo el conocimiento (o los títulos) para ello. Pero después de ver como Viva La Vida or Death and all his Friends de los “nuevos Beatles” Coldplay recibió un premio como mejor álbum del 2007 hace mucho tiempo, sentí que tenía la necesidad de decir algo al respecto. No pude condensar mis pensamientos sino hasta este mismo instante, principalmente porque estaba muy ocupado buscando la forma adecuada de decirlo: punzante pero no hiriente; conciso pero no incompleto; certero pero no soberbio. Después de mucha investigación (un eufemismo de ‘perder el tiempo escuchando música a la que nadie suele prestar atención actualmente’) creo que he podido encontrar la forma correcta de hacerlo.
Primero, la música es un arte, pero también una forma de comunicación (apoyada en el lenguaje sonoro, tanto de las palabras como de los instrumentos y las melodías) así que debe entenderse como una composición compleja en distintos niveles: el primero es el explícito, que consta del significado literal de las palabras mientras el otro es totalmente lo contrario, y se oculta tras las infinitas interpretaciones o significados de ellas. Las composiciones instrumentales, por ejemplo, suelen recurrir a este segundo nivel casi en su totalidad; excepto cuando una pequeña dosis de significado explícito es proporcionada por los autores. Marzo de 1998, el excepcional álbum Ocean Songs de los australianos Dirty Three sale al mercado y es un éxito crítico (en cuestiones de ventas no tanto, convirtiéndose en un álbum de culto); y aunque las 10 composiciones si logran transmitir el feeling acompañado de las imágenes que dan título al trabajo discográfico, esa pequeña pista sobre el contenido del álbum es fundamental para entenderlo y apreciarlo en su totalidad. Así, una canción puede entenderse en un primer nivel (este tipo de canciones suelen convertirse en éxitos pop o canciones altamente populares, ya que el vocalista deja claro sus sentimientos y posiciones frente a los problema, haciendo más fácil que el público se identifique con ellas) o bien, apoyarse en métodos de composición menos ortodoxos (un ejemplo es la denominada “imaginería surrealista”, evidente en el álbum Emergency & I de los norteamericanos The Dismemberment Plan) para NO ser un hit, aunque esto último es muy relativo, ¿son las letras de “Smells Like Teen Spirit” una composición que carece de significado implícito?, lo dudo mucho.
Segundo; como se mencionó en un punto anterior, la gente disfruta mucho más de las canciones compuestas en el primer nivel del lenguaje, cosa que es totalmente lógica. ¿Cómo disfrutar algo que no se entiende?, las canciones en un idioma extranjero también suelen ser rechazadas en cierta medida por esto: Como seres humanos, incluso en los asuntos más irracionales y pasionales de nuestra existencia, tenemos la necesidad latente de encontrarle un sentido a las cosas lo cual no es un problema. Retomando lo planteado al inicio y ubicándonos en un contexto más familiar, todos sabemos que América Latina no ha sido un lugar muy dado a la experimentación musical -tampoco los Estados Unidos recientemente (en este momento todos me considerarán un snob) pero lo fueron en algún momento-. Dicha experimentación, la cual surgió hace décadas y que posteriormente fue apropiada por músicos buscando el dinero más que el arte (un verdadero cliché, pero verdadero) dio como resultado lo que escuchamos hoy en día: por ejemplo, Soda Stereo, tiene ciertos momentos en los que se escucha un eco de los británicos The Police.
Ahora sí, el primer problema que noto a la hora de hablar de música es la idea ridícula, común entre todas las personas (en algunos momentos, me incluyo), de que “si te gusta, es bueno”. Claro está que pensar así no es nada malo, pero términos tan absolutos como “bueno” y “malo” no son del todo apropiados para asociarlos con algo tan subjetivo como el gusto: “De música ligera” (el mayor éxito de los ya-citados Soda Stereo), por mucho que nos guste (o la detestemos) no es la mejor (ni la peor) canción del universo. Para ser precisos y no cometer atrevimientos como el anterior a la hora de hablar de música, sería apropiado separar los planteamientos subjetivos de los objetivos: de esta forma, una canción nos puede resultar “agradable” (dimensión subjetiva) y a la vez puede ser “innovadora” y/o “influyente” (dimensión objetiva). Hay que notar que cada categoría es independiente de la otra: “Sister Ray” del Velvet Underground, pieza que se podría definir como una “oda” al ruido, podría no resultar agradable a todos los oídos; sin embargo, con el paso del tiempo se integró como una de las mayores obras maestras del rock, influenciando a más de un músico en el futuro (entre ellos, The Jesus and Mary Chain, Sonic Youth, Pavement y todos los asociados con el “noise-pop”). ¿Pero quién define aquello que es objetivamente importante dentro del tan cambiante mundo de la música?, la respuesta es sencilla: la historia. Más allá del hype generado por la prensa o las ventas de un disco en particular, aquello que define que es lo innovador o influyente es la historia en sí, dejando de lado toda posible subjetividad del criterio.
Sin embargo, esto último no es del todo cierto, ya que cada uno tiene una historia personal con la música que escucha (si nuestra biblioteca musical consiste solo de artistas como AC/DC o Tesla, es obvio que al escuchar algo como Velvet Underground o Suicide vayamos a pensar que son innovadores…en este caso, sí lo son); pero este aspecto de la música pertenece a un nivel más objetivo y que no cualquiera puede tocar sin decir algo riesgoso. De ahí mi disgusto por el paradigma citado anteriormente de “si te gusta, es bueno”; porque este último tema es ajeno a nuestra condición de meros espectadores de la música, este criterio está reservado para aquellos que realmente saben de lo que están hablando: los musicólogos, los músicos, uno que otro periodista, y a veces –muy escasas- un melómano que haga valer su afición. Ser ajeno a esta dimensión no del todo malo, me he dado cuenta de que, en una que otra ocasión, es mejor resignarse a decir “si, me agrada” sin entrar en un debate objetivista sobre la validez del artista o de la música que produce. E incluso, el solo hecho de sentarnos a escuchar un disco que nos gusta “porque sí” resulta mucho más placentero que vivir a base de obras tipo Sister Ray.
No hay absolutamente nada de malo en fluir exclusivamente en ese primer nivel de las canciones, por favor, lo primero que hice al plantear mi teoría fue dejar de lado los conceptos de “bueno” o “malo” (excepto para este último planteamiento, claro); hablar objetivamente tiende a volverse tedioso e irritante, además, siempre está presente esa paranoia que nos hace temer que nuestros argumentos sean demolidos vorazmente en cualquier momento; esta es otra razón para abstenernos de juzgar la música, y limitarnos solo a escuchar, disfrutando cada nota como si fuera la mejor que hemos escuchado en nuestras vidas. Pero también, y esta es mi sugerencia para el lector, hay que dedicarnos a explorar y entender el complejo mundo de la música, no quedarnos en las mediocridades o clichés que nos alimenta la radio o los canales de música hoy en día: redescubramos la sin igual habilidad de Jimi Hendrix en la guitarra; las provocadoras letras de Jim Morrison; los himnos a la juventud de los Who; la poesía hecha música de Patti Smith; la estridente voz de Sinatra; los asaltos sonoros de My Bloody Valentine; las arriesgadas improvisaciones de Ornette Coleman; los arreglos de Miles Davis; o las melodías metafísicas de John Coltrane; la excepcional narrativa urbana de Biggie Smalls; los confesionales relatos de Nas; el llamado a armas de Public Enemy, en fin, hay muchas cosas allá afuera que podemos descubrir; tal vez la mejor opción es recurrir a la modestia: reconocernos como un escucha más y buscar nuevos horizontes para nuestros sentidos ¿Para qué quedarnos en ese primer nivel?, ¿qué perdemos con superar, por ejemplo, la tan trillada balada sentimental, excepcionalmente común en nuestros días?, ¿para qué premios a los mejores álbumes? Qué diablos, ¿por qué estoy gastando palabras en hablar de música?, ¿a quién diablos le importa si es “buena” o “mala”?, estimado lector, mejor olvide todo lo que dije anteriormente.
Yo, por mi parte, tengo un par de álbumes de Eric Clapton que he estado aplazando desde hace mucho tiempo.
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ResponderEliminarfavor reemplazar mentalmente "Eric Clapton" por algo como "los Archers of Loaf" o "June of 44"...de un momento para el otro el artista me parece demasiado conocido para mi gusto. Muchas gracias por publicarlo y también a quienes se hayan tomado el tiempo para leerlo (si es que existen tales personajes).
ResponderEliminarmás escritos: nomuyagradable.blogspot.com
Saludos