Todo vínculo afectivo lleva en su seno un resto de violencia, un desacuerdo latente, un temor o desconfianza del otro. Cuando me abro al Otro, ¿hago bien? ¿No estaré haciendo el panoli? “¡Oh amigos, no hay amigos!”: la sentencia aristotélica sitúa la duda, la negatividad y la posibilidad de la ruptura en el centro mismo de lo fraternal. “Eres lo peor” es una fórmula de complicidad que permite expresar esa duda –y, en el acto mismo deexpresión, conculcarla: ahuyentar el espectro de la ruptura, haciéndolo presente. Es el gesto de la violencia necesaria que permite poner en juego la relación, darle vida, para distinguirla de “esas amistades inglesas que empiezan por excluir la confidencia y que muy pronto omiten el diálogo” (Borges). A fin de ahuyentar tan triste destino, el de una camaradería desprovista de instintos agresivos pero también de complicidad, lo mejor es empezar, in medias res, con el acto de violencia. Así, Zizek recomendaba saludar a los desconocidos con la fórmula “Ve a follarte a tu madre” –que debería ser contestada, con cortés simetría, con “Lo haré tan pronto como haya acabado de picarme a tu hermana”: ya está, ya se ha dicho; ahora que el espectro del desacuerdo ha sido conjurado, la amistad puede empezar.
La fraternidad trash está fundada en el mismo principio de complicidad negativa que el amor, pero sus consecuencias son distintas. Se diferencia de otras en que ese gesto traumático inaugural se prolonga en el tiempo, sin límite ni plazos, de tal suerte que la negatividad se gestiona en el día a día del vínculo. Esa negatividad puede asumir varios niveles. En el más elemental, la retórica negativa funciona como un leit-motiv que sirvepara cohesionar al grupo. En un segundo nivel, genera toda una escenografía y un aparato espectacular. Los grupos que rompen el protocolo y se comportan como energúmenosno hacen sino buscar un público externo que pueda pensar –léase esta frase en un globo de tebeo- “No sé cómo dejan entrar a esta clase de gente”. Expresa o callada, esa desaprobación constituye el indispensable punto de vista exterior que divide el mundo entre “nosotros” y “ellos”. Pero no siempre podemos ser tan desprendidos. En un tercer nivel, para quienes deben mantener las formas hay una economía de las relaciones que permite dividir la vida comunal entre las amistades públicas y las privadas, entre amigos fotogénicos e impresentables. ¿Cuántos amigos impresentables tiene usted? ¿Lo es usted mismo? Nuestra vida afectiva imita el modelo de nuestros hábitos de consumo: así como adquirimos una lámpara de lava o un póster de película gore italiana, también exhibimos, con moderado orgullo, algunas amistades bochornosas que dan fe de nuestro dinamismo a la vez que muestran nuestro sentido de la ironía.
Polarizada la vida pública en esos dos extremos, nos quedan dos relatos complementarios. El primero sigue el modelo de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, que muestra cómo la coexistencia de ambos mundos sólo puede mantenerse durante una temporada. En la fase de olisqueo y cortejo la diferencia es un poderoso incentivo, pero tarde o temprano ésta se complican, se exacerba, hasta el extremo de poner en jaque el vínculo y, con él, a sus miembros. Una excelente muestra de esta pauta de comportamiento se encuentra en la película de Paul Schrader Autofocus, que muestra el encuentro entre un actor televisivo y un técnico de imagen. De cara a las cámaras el protagonista es un intachable hombre de familia; en su otra vida es asiduo de un circuito de orgías, a las que concurre en compañía de su amigo trash, que es, a su vez, camello digital: le llena la casa de vídeos, proyectores y aparatuquis varios que le permiten filmar cada vez mejor sus bacanales. De ese modo, la historia de su vínculo personal -¡y de su disipación!- se convierte en un corolario de la Historia de la tecnología casera en su país. Las tensiones sexuales y económicas entre los dos culminan con el asesinato del protagonista. El tema de la adicción –a una pócima mágica o a cualquier otra sustancia estupefaciente- se ha trasladado aquí a la adicción tecnológica, a las cámaras que registran esos sucesos. Tal es la paradoja de la amistad trash: aun siendo, por defecto, secreta e inconfesable, necesita de un archivo que dé cuenta de sus sucesos, y el secreto de ese archivo estará siempre amenazado, porque su verdadero centro –el dato más sucio de todo el catálogo- es –qué si no- la amistad de tapadillo.
El segundo modelo narrativo sobre este tema es la parábola de la ruptura y la reconciliación. Un caso ilustrativo se encuentra en la historieta de Peter Bagge “Una fiesta para olvidar”, que forma parte del ciclo La amorosa Lovey. Como otras obras de Bagge, el cómic trata de manera satírica el tema de la voluntad de ascenso y el desclasamiento. Perdedores redomados, Lovey y sus amigos intentan mejorar su prestigio invitando a su casa a toda “la gente guay” de la ciudad. La diferencia entre los grupos se expresa por medio de los referentes: los “guays” son BoBos de izquierda aficionados al artisteo y el drum & bass; a Lovey le gusta el rock de estadios y decora su casa imitando a Martha Stewart; sus amigos son un marginado que se disfraza de Dolly Parton y disfruta viendo partidos de curling y un cateto alcohólico y pro-Bush que hace karaoke con drag-queens. En aras de la popularidad la protagonista llega al extremo de echar de la fiesta a su exnovio para no quedar mal ante sus nuevos wanabee-amigos… pero lo echa todo a perder cuando cambia el disco que había puesto para parecer moderna por el de la Macarena: los guays huyen en estampida. La historieta termina con el reencuentro de los losers en un garito astroso, donde la parábola queda cerrada por medio de una sonora epifanía: “¿Tú qué piensas, Lovey? ¿Estamos condenadas a relacionarnos con estos fracasados y bichos raros para siempre?” “¡Eh! ¡Habla por ti! ¡Porque estos bichos raros y estos fracasados son mis AMIGOS!”
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