lunes, 8 de junio de 2009

Lo bello de Cali Por Román Andrés Jiménez Oviedo

Me engañaron canciones sobre un lugar donde las mujeres son brotes de la naturaleza que andan en mil colores (!), y de que más allá de un puente – ¿cuál?-, paraísos que a sus visitantes embriagarán de euforia y arrebato. No necesité mucho; con lo vivido hasta ahora, soltaré lo que yo creo haber visto de Cali.
Camino por la Avenida 6ta, lugar de esparcimiento por excelencia, mal llamada zona rosa –el porqué del rosa si alguien lo sabe, que no me lo cuente-. Recorro la 6ta lo más que puedo. Pudo ser más de un kilometro desde el pequeño parque donde creo que inicia, hasta el momento en que dejo de sentirme a salvo -más allá de Chipichape-. Un insignificante parque, dizque “Paseo Bolívar”, no me merece más que la ingratitud por iniciarme en mi viaje con lamentables imágenes. La ironía me golpea y se acomoda en la realidad que vivo ahora. Un parque que debe tomar su nombre del “Padre de la Patria” es el hábitat de desdichados que no conocen la certidumbre de la alimentación –al menos no hoy-. Me embargan impresiones de ira y lástima, que por demás me acompañarán hasta el final de mi marcha. La indignación toma mi lugar y lo mejor que atino a hacer es ser indiferente. Me pongo una maldita máscara de antipatía; me ahogo en odio; me refugio en desprecio hacia el mundo. Los infelices razón de mi pesar, se han vuelto culpables también. Mientras bajo por un puente elevado, los primeros infelices me restriegan su trabajo en la cara. Lo único que veo son manos estiradas a la altura de mi ingle, la mayoría plegadas con las marcas del sufrimiento de agotadoras vidas de trabajo. Todas tratan de participarme su pesadumbre. Algunos desvalidos; otras con cada vez más niños saliendo de su espalda. Hay hombres sanos sin impedimentos físicos que podrían aplicar por una vida menos humillante. Todos ellos, ¿esperarán algo de mí? Podría ayudarlos, quisiera hacerlo –con los más lamentables- pero ya he dejado de ser yo. Condiciones tan deprimentes me obligan a huir. No sé quién se queda en mi lugar; sólo sé y le agradezco porque hace lo que yo no haría. A partir de este momento, no intentes acercarte a mí, maldita compasión. Son esfuerzos fútiles. ¡Ustedes bajen esas manos! De mí no mucho les llegará. ¡Indignos! Sus miserias, habitantes del puente, sus vidas me parecen una mierda. Gracias a ustedes me he arruinado la cabeza por vez primera –hoy, claro-. Ingrata misericordia, no debiste abandonarme. Sufro también, pero son ellos o yo. Un primer panorama de Cali. Pero no se preocupen; sólo estamos empezando.
Es el CAM el que me ofrece un remedo de plaza con una fuente cuyo carácter tan falseado no podría ser más evidente. Su realización tan rigurosa –lo que sea- evidencia una pileta puesta para disimular algo. Para desviar intereses tal vez. No debería hilar delgado pero me importa un comino. Nadie me saca de la cabeza que ese remedo de estanque, que no está siquiera en el medio de la plaza, fue hecho para darle a la gente una sensación de dicha. Convencerles que un lugar bonito hace bonita a la gente que allí existe. Como si viendo una piletilla fueran a olvidarse de lo que la ciudad les debe; de lo que el mundo mismo les ha negado siempre. Alrededor de este espacio abierto vestido con palomas que difícilmente dejarán la dádiva de la comida sin esfuerzos –en eso algo nos parecemos-, se encuentra la meca de las posibilidades de la ciudad. Desde aquí se dirimen las decisiones por y para la ciudad. Aquí se administra quien tiene agua y quién no. De aquí la electricidad para quienes paguen (los que no lo hacen no tienen todo perdido. Está la posibilidad de tomarla sin tributo alguno a cambio, aunque esto cueste la vida del tío que haga la instalación). Aquí también mora el mayor de los administradores del reino, el representante del poder político que irresponsablemente decidió hacerse a la carga de unas dos millones de personas. A él lo culparemos impotentes por todas nuestras desventuras. Serán él y su madre quienes más recordarán lo desagradecido que puede ser un ser humano (otra cosa que me irrita es que los que más se quejan no son en absoluto los más sufridos. Los que más se quejan no podrán salir jamás de su condición de rufianes; lo único que hacen es envenenarse hasta que el tóxico no cabe más en ellos y entonces, les escapa por los poros buscando refugio en el primer desprevenido que ande cerca). A usted Señor Alcalde, le agradezco por ser el huevón de turno. Suficiente aquí también. Ese era el CAM.
Perdí la tarde no sé haciendo qué. No muy lejos de donde estoy queda La Tertulia, museo de arte que irracionalmente se ve desaparecer. La Tertulia llega a su fin bien que en una mierda de sociedad como esta, valores como el arte debieran ser apreciados sobre cualquier otra cosa. Aquí es apenas normal que algo así ocurra. La Tertulia sin agua ni energía pareciera no inmutar a muchos, y los que nos jactamos de sí estarlo, no movemos ninguno de nuestros hipócritas dedos al respecto. De esta ciudad, La Tertulia definitivamente sí valdría la pena conocerse (eso sí, que sea pronto pues la dejadez apremia y ahí nadie dará garantía por lo que pueda encontrarse).
Retomando el presente, son más de las 10 de la noche y descubro un mundo del que sólo había escuchado hablar. Empiezo por aquí porque el oeste donde le toca la nalga al norte, me parece lo poco y nada rescatable en este monte de antropófagos que con hambre o sin hambre, en hordas intentan devorarte. A partir de Centenario y lo que sigue hacia Granada son lugares maravillosos para quien quiere escapar de lo no agradable -que pulula- del resto de la ciudad. En mi caso, caminar los tradicionales más tradicionales – ¡viejos!- de los barrios, es levitar lejos de la realidad. Por alguna necia razón, siempre que lo hice fueron días soleados. Suelo buscar la menor excusa para dirigirme ya sea al norte o al oeste; incluso se ha vuelto habitud en mí caminar desde el centro por la Calle 15, cruzar Las Américas por la Torre de Cali, e internarme en Versalles para comenzar con mi delirio. En una ocasión llegué hasta el Centenario desde el otro extremo de la ciudad, desde el mismísimo Unicentro. En honor a la verdad, declaro no lo planeé. Me llamo inocente a cualquier responsabilidad. No me achaquéis culpas ni ofrezcáis vacuas felicitaciones. Simplemente caminé. Si habréis de culpar a alguien, hacedlo con la Calle 5ta.
No sabré la distancia desde Holguines hasta Comfenalco. Sí sé que abarca cosas que valdrían la pena ser conocidas, no por especiales ni hermosas ni tradicionales, ni por nada (sólo quería poder decir que existen razones para recorrer la 5ta). Para espíritus errantes, es una gran víbora que invita a admirar sus escamas mientras se atraviesa desde la cola hasta la cabeza, eso sí, cuidándose de no ser devorado. Muchos suelen preferirla apenas a partir de la Biblioteca Departamental. No niego que para los jóvenes ahí puede hallarse lo mejor (Cultura). Yo sí prefiero vagar del comienzo al final; hacer el tour completo. Probable y mucho es, que lo haga porque por ahí no debo pagar dinero para atravesar la ciudad, y creo es esta, la única ruta que soy capaz de tolerar. Con la cautela pertinente pareciera que los indeseables del universo, los caleños en especial, no me pusieran límites cuando voy por la 5ta. Por mencionar algunas cosas que de hecho para mí no mucho de extraordinario tienen, podríamos hablar en un orden geográfico -ciertamente afectado por mi aciago sentido de la orientación-, del Batallón Pichincha, el Hospital Psiquiátrico, la Santiago, el Hospital Departamental, Tequendama, el Estadio, la Biblioteca Departamental, y por fin, antes de acabar en Comfenalco, ¡San Antonio! (Hogar del músico que nació y trágicamente murió en el anonimato confiriendo su vida por y para el jazz. Un tal Víctor Gamboa de quien pocos sabrán y desconocerán que murió como vivió: precoz hasta las venas. En la cúspide de su carrera Víctor se fue para siempre de San Antonio y su casa es lo primero que recuerdo cuando paso cerca. Como él, muchos artistas de por aquí). Algo debe haber en San Antonio. No puede haber tanta gente equivocada; tanta gente cagándola -claro que tratándose de jóvenes cualquier cosa podría esperarse-. La Loma de la Cruz, la Capilla, el Parque del Acueducto, el mismo Libertadores, no quiero hablar de ellos. Sólo quería que supieran que existen. Rozando a estos últimos por la espalda pero a través de una considerable frontera de millones de billetes, El Peñón, Normandía, Santa Teresita, Centenario, y quién lo diría, ¡de vuelta en el oeste!
En Granada, muy tarde y muchas luces. Dondequiera que veo la gente se amontona como si huyera de algo. El sonido, difícil de tolerar. De residencial no tiene un pelo. Los románticos que lo creen así son los residentes del barrio –es residencial aunque no lo crean-. No quisiera estar en su lugar; ni loco cada noche sufrir esto desde lo que se supone debiera ser el sosiego de mi lecho, pero que sólo me ofrece tormentos entre música estrepitosa, automóviles en todos los sentidos y ebrios descaminados participándome su jovialidad. Por la vacuidad y la pérdida de valores de esta sociedad, esa calma de antaño que nos cuentan manaba antes a borbotones, parece no volverá jamás. La gente se arruma a las entradas de los bares, justo bajo los letreros que indican el nombre que identifica a cada uno. Es curioso que todos se llamen Belmont, Mustang, Brava y Poker. No hay tránsito posible por estas calles. Por demás, ya eran pequeñas sólo para personas. La ira en medio de la música a reventar de cada conductor, sale por sus ventanas, y pasa de ser una simple impresión, a viajar como improperio a la ventana del compañero de turno. No entiendo cómo lo soportan. Por suerte le tengo miedo a los carros e hice una vieja promesa de que nunca manejaría. Mientras avanzo en busca de lugares donde el escándalo decrezca así sea un poco, veo jóvenes –me atrevería a decir que de mi edad- sentados junto a camionetas con evidencias de toda clase de licor a su alrededor. Una señora de no menos de 70 años se acerca a ofrecerles chicles o mentas o qué sé yo. ¿Qué ocurre? No la determinan. ¿Que podría esperarse? Nada. De una sociedad hijueputa sólo hijueputicas podrían esperarse. Cómo es posible que un mariquita de 18 años ande a las 2 de la mañana en una escandalosa camioneta –descontando lo loba -, rodeado de pares que comparten con él la misma lucidez, la misma carencia de sentido sobre la existencia. Por suerte me tomó menos de 15 segundos perderlos de vista. El escándalo parece haberse ido. Cabe recordar que sigo en la 6ta. Y no se puede hablar de la 6ta a las 2 de la mañana sin hablar de ¡¡¡Putaaas!!!
Sin tanta música, con la posibilidad ahora sí de hablar y ser escuchado, un pezón (amigo, camarada, gil, indeseable) que acababa de unírseme me sacó de la duda. La primera que vi era baja, vestía una minifalda negra, tacones altos y una escotada blusa roja. Abandonaba nuestra acera para acercarse a un carro que se había detenido en la otra orilla. No parecía que fuera a lograr nada; otras cinco habían adelantádosele. Me llamó la atención que mientras cruzaba se la pasó todo el trecho de orilla a orilla –la 6ta es una calle notoriamente ancha-, rascándose por debajo de su falda como si tratara de acomodarse algo, como si acabara de recibir de alguien una comezón tanto o más molesta que los tacones. Dudé sobre si era o no una puta porque acababa de salir de un ambiente dicharachero y dispersor con ganas del mal gusto; un lugar donde las maniquíes con baterías para caminar, desfilaban exhibiendo los 3 millones de su marido-novio-amante-esposo-mozo-lavaperros-traqueto, que a la vez eran el reconocimiento al buen trabajo del cirujano, las 5 horas de todo el equipo médico de la obra, el consultorio ocupado por más de 20 horas y los gastos en cremas, ungüentos, lociones y menjurjes (cuidados postoperatorios que llaman). Ahora no lo diré yo, ahora lo oirán de aquéllos que mueren de hambre; de la mujer que se sienta todo el día con sus hijos en un semáforo estirando la mano por una moneda; del anciano de la carreta más pesada que los años de su experiencia, quien busca entre la basura restos de cartón y vidrio (y si por azar un trozo de pizza que alguien no quiso porque tenía anchoas); de quienes ven en la lluvia el peor de los tormentos pues el río habrá de crecer y arrastrar con él, todo lo que mora en sus riberas incluyéndolos a ellos. Todos, si tuvieran la oportunidad, nos recordarían que este mundo, ¡más hijueputa no puede ser!
Así termina un breve panorama de lo bello de Cali. Sin mucho andar (sólo lo que se opta) se pueden concluir cosas. Hay cosas y gente buenas. De esas me han saciado y seguirán haciéndolo quienes no se atreven a mirar con algo de odio. El odio puede agradecer con mejores apreciaciones. Por mi parte, yo concluyo.
Cali: Una ciudad maravillosa. Una mierda de gente.

3 comentarios:

  1. Una manera peculiar de narrar la belleza de cali desde tu percepcion del mundo claro y, que alparecer deja entre ver que todos tenemos algo de pusilánimes.

    Bueno como sea solo espero la próxima narración y/o descripcion de este caminante peculiar, pero esta vez de este a oeste, pues ahi si veras donde esta ubicada cali y verás su veradera belleza

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  2. Desolador panorama de una ciudad que habité cuando aun era disfrutable. En mi blog hallarás algo del viejo Cali de Gardeazábal, Harold Alvarado, Andres Caicedo y otros
    www.mistercolombias.blogspot.com

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  3. buen escrito la verdad vivo en cali y me he dado cuenta que los caleños son bastantes regionalistas en cuanto a futbol y barras bravas pero a la hora del civismo son bastante deficientes.

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