martes, 10 de marzo de 2009

Colombia, un paraíso convertido en un purgatorio por Guillermo González Uribe

«En cualquier otra parte, toda la nación se moviliza cuando hay una fuga, una bomba, un disparo. El menor acontecimiento requiere al minuto una declaración del presidente. En nuestro país, están violando y decapitando adolescentes, los jóvenes son despedazados, familias enteras masacradas a hachazos todas las noches, y hacemos como si la cosa no fuera con nosotros».—Yasmina Khadra, «Trilogía de Argel»

1. El Paraíso

A mediados del 2008 estuve en la costa atlántica con mis dos pequeños hijos. Durante quince días anduvimos por la región de Quebrada Valencia, a cuarenta minutos de Santa Marta; sin luz eléctrica, con el mar Caribe de un lado, y ríos y quebradas que bajan de la Sierra Nevada de Santa Marta del otro. Creo que sólo tres veces, cuando hicimos viajes, nos pusimos zapatos. De resto jugamos, leímos, nadamos y vimos animales tan diversos como un grillo gigante que medía más de quince centímetros, y que cuando volaba mostraba sus hermosas alas fucsia inimaginables. Una noche, en la Sierra, durmiendo en una casa enclavada sobre la ribera del río Don Diego, creímos que el mundo se iba a acabar cuando, en medio de la tempestad, corroboramos que mientras más durara y fuera más intensa la luz del relámpago, el sonido del trueno era más fuerte. Nos sentimos vivos y además pensamos que el cielo se iba a abrir. En Quebrada Valencia, mientras buscábamos los pozos cristalinos donde habitan los camarones de agua dulce, voló sobre nosotros un águila negra cuyas alas alcanzaban un metro y medio de longitud. Qué majestuosa, qué imponente.El primer día, en la casa junto al mar, conversé con el administrador, quien me contó que era reinsertado y que había sido guardaespaldas de El Señor (Hernán Giraldo, paramilitar, el gran poder de la Sierra por más de veinte años). Le dije que me tendría que contar historias y él me respondió que algo, pero que no era muy buen contador. Estuvimos también, a lo largo de diez días, con su mujer y su pequeña hija de cuatro años. Hablamos de muchas cosas, pero lo que más me impresionó fue su integridad. En cada jornada, él llevaba los celulares a cargar a la carretera y hacía las compras. Ella cocinaba. Con la chiquita jugábamos. Todos hablábamos. Claro, como no hay televisor, en las noches hablábamos y jugábamos. Nos tratábamos de igual a igual, sin esfuerzo de ningún lado. La sonrisa de su esposa, una gran cocinera; la simpatía de la chiquita; el trato abierto, cordial y directo con él, un hombre ético, de palabra, y a la vez amoroso.Me contó que un tiempo atrás, después de que se acabó el dinero de la reinserción, él había vuelto a enmontarse, pero el recuerdo de su hija y de su mujer lo sacó de allá. Ahora, gracias a la oportunidad que le dio un amigo, vivía bien, tenía trabajo, y quería progresar y sacar sus hijos adelante; sólo dos, el otro estaba por nacer. Pensé entonces, como hace algunos años cuando hice una serie de historias de vida con niños de la guerra, que los combatientes, los que ponen la sangre, los que matan y mueren en esta guerra demencial que se vive en lo profundo de Colombia, son básicamente gente del común, gente buena a la que las circunstancias, el entorno, los poderes y las carencias las obliga a ir a la guerra.Llegan entonces las preguntas: ¿cómo narrar, cómo contar este país? ¿Cómo contribuir para que a mis hijos, de ocho y doce años, no les toque, como a mi generación, vivir en guerra toda la vida, a veces sin siquiera darse cuenta, y sin saber muy bien por qué o para qué? ¿Cómo contar este país en medio de una crisis que nos duele cada día? ¿Cómo abordar la paradoja de vivir en un paraíso, como lo es Colombia, pero en un paraíso que se desangra a cada momento por la corrupción, la connivencia del poder con el crimen, el accionar de los armados de todos los pelambres que arremeten contra los habitantes del campo y contra quienes se atreven a disentir en las ciudades? ¿Cómo situarse en este país, desde la palabra, con acciones que contribuyan a que marchemos por senderos de reconciliación, paz, justicia y reparación?

2. El Purgatorio

Al pensar en la cultura y el país, las primeras imágenes que se me atraviesan son las de las comunidades indígenas, campesinas y negras, cuyos integrantes han sido amenazados, desplazados y, en muchos casos, asesinados o masacrados. Esas comunidades que son el fermento de donde ha salido buena parte de la cultura colombiana: nuestras músicas, que están entre las más variadas y ricas del planeta, de las que han bebido Juanes, Shakira, Carlos Vives y numerosos músicos colombianos contemporáneos y de otras latitudes; literatura como la de García Márquez, de la que aun habitantes caribes dicen: «El Gabo lo que hizo fue poner en el papel las historias de siempre».Lo que pasa con estas comunidades maravillosas, llenas de fuerza creativa, es que están en medio del accionar de grupos armados que las utilizan, y si no se dejan usar y resisten, las someten a los peores vejámenes. Los paramilitares, las guerrillas, las fuerzas armadas del Estado, todos las ven como sus aliados incondicionales o como los aliados de sus enemigos a los que hay que castigar para que escarmienten.Las principales víctimas de este conflicto son precisamente los habitantes del común de Colombia, que luchan por mantenerse al margen del conflicto.Además de que ocurren hechos aberrantes –cientos de masacres, miles de asesinatos, millones de desplazados–, lo peor es que no se ven salidas claras y concretas. Las nuevas generaciones de los paramilitares, las Águilas Negras, vuelan con libertad por los cielos del país, no con la majestuosidad de las aves de las cuales robaron su nombre, sino con la sevicia de los asesinos de siempre. Las guerrillas siguen perdiendo cada día más ese norte político y social que tuvieron en su nacimiento, imponen su poder autoritario a sangre y fuego, cometen todo tipo de atropellos, pero paradójicamente sus acciones demenciales lo único que logran es fortalecer los sectores más retardatarios del país. Mientras tanto, las comunidades continúan denunciando a las fuerzas armadas del Estado como auxiliadoras del paramilitarismo y violadoras de sus derechos.Al igual que en la época conocida como la Violencia de los años cuarenta y cincuenta, en la violencia actual sus principales víctimas son el pueblo –ese término que ya no se utiliza–, los descamisados, los más humildes, los iletrados, los usados como carne de cañón por unos y otros.De nuevo, varias preguntas: ¿cómo contar lo que sucede hoy aquí? ¿Cómo contarlo en forma eficaz para que contribuya a que no siga pasando? ¿Cómo superar esta sensación de impotencia y lograr detener la barbarie, la corrupción, el crimen?Algo más: estamos en la corriente global que considera que los desplazados, los asesinados en Colombia para limpiar el terreno y poder montar megaproyectos como el cultivo de palma, la extracción de madera, la ganadería extensiva o la explotación de recursos no renovables, son «daños colaterales», son el mal menor necesario para poner a funcionar lo que llaman «proyectos inaplazables para la inserción de la economía en el concierto internacional».

3. ¿Dónde estábamos?

Estos tiempos de conflicto llevan a la necesidad de afinar la mirada y el olfato. A ser más críticos frente a las verdades a medias y al ocultamiento, que son el pan diario de parte de los dirigentes y medios. A que, como seres privilegiados —con posibilidades de llevar una vida digna—, podamos mirar esta realidad a través de relatos complejos y profundos. A posar los ojos más allá de quienes representan el poder formal y a buscar historias que nos hablen de estos tiempos con creatividad, intensidad, complejidad.En Colombia está todo. El país con la mayor biodiversidad es al mismo tiempo el primero o segundo con mayor número de desplazados, con mayor número de niños vinculados a la guerra, con mayor número de sindicalistas asesinados, donde se perpetran el mayor número de masacres, y seguramente será el primer país entre los que cometen crímenes de Estado cuando se destape del todo el nuevo horror de la llamada Política de Seguridad Democrática del actual gobierno: el asesinato a sangre fría de cientos de jóvenes inermes por parte de unidades del ejército, para presentarlos como guerrilleros caídos en combate, con el fin de ganar ascensos y días de permiso, y seguramente dinero de las recompensas que ofrece el gobierno con los fondos provenientes de lo que pagamos por impuestos… Ergo, nosotros, todos nosotros, los ciudadanos que pagamos impuestos, estamos financiando el homicidio de jóvenes que salen de su casa con la promesa de un trabajo, y al día siguiente son reportados como subversivos dados de baja.Hace cerca de un año, cuando se comenzaron a destapar cientos de fosas comunes en las que hay miles de personas asesinadas en las masacres cometidas por el paramilitarismo en alianza con el Ejército, la revista Semana publicó un informe especial sobre la violencia paramilitar de más de veinte años, e hizo una muy buena pregunta: ¿dónde estábamos los periodistas mientras sucedía esto en el país?Colombia es también el país del avestruz, de aquella gigantesca ave que mete la cabeza en la tierra y no sabe lo que está pasando a su alrededor, o no lo quiere saber. El asesor presidencial José Obdulio Gaviria habló hace algunas semanas en Estados Unidos de migrantes, desconociendo la existencia de los desplazados: ¿qué sentirán estos más de tres millones de personas si se enteran de que el poder que gobierna este país desconoce su condición? ¿Qué pensarán estos millones de personas a quienes sacaron por la fuerza de sus viviendas, al saber que en su afán de mostrar resultados el gobierno los llama simplemente migrantes, como si se hubieran ido por su propia voluntad de sus terruños? ¿Qué pasará por su mente al escuchar al presidente de la república decir que el paramilitarismo en Colombia se acabó, mientras las estructuras paramilitares se reorganizan, se rearman, amenazan, persiguen, asesinan y siguen exportando a diario toneladas de droga, la mercancía más rentable del planeta, que es el soporte central de la guerra en Colombia?Hay una amenaza en Colombia contra lo diferente. Desde diversos frentes. El presidente Uribe y su cúpula transitan cada vez más cerca del autoritarismo, del poder total que no admite contradictores ni diferencias. Si Semana investiga el fenómeno de la proximidad del crimen narcoparamilitar con sectores del poder político, el presidente Uribe arremete contra la revista; si los periodistas de La W critican los lazos del círculo de Uribe con el delito, el presidente los manda a la picota pública; si Daniel Coronell, un periodista que se la juega al denunciar a partir de la investigación, se aproxima a algunos de los tentáculos de la mafia que vive en las vecindades del gobierno, el presidente denigra de él. Para no hablar de los defensores de los derechos humanos a los que tilda de aliados de las Farc, como ocurrió hace poco con José Miguel Vivanco, director para las Américas de Human Rights Watch (HRW): cómplice y defensor de las Farc, lo llamó Uribe. Este es el mismo Vivanco al que expulsaron hace pocos meses de Venezuela, acusado por el presidente Chávez de ser agente del imperialismo. Vivanco le respondió a Uribe que en Colombia se cometen cada año tantas violaciones a los derechos humanos como durante toda la dictadura de Augusto Pinochet en Chile (AFP, 8 de noviembre de 2008). A medida que se conocen más y más testimonios, atropellos y violaciones, tal afirmación no parece exagerada.La irritación del presidente proviene de que días atrás, durante la divulgación del informe de HRW sobre Colombia, «¿Rompiendo el control?», se indicó que «el presidente de Colombia, Álvaro Uribe Vélez, atacó en varias ocasiones a la Corte Suprema de Justicia con el fin de obstruir los procesos en contra de paramilitares», y Vivanco agregó: «Si hay algo que caracteriza a la administración del presidente Uribe es su abierto desprecio por las instituciones democráticas» (El Espectador, 16 de octubre del 2008). El informe de HRW recoge además el testimonio del paramilitar Francisco Villalba, quien afirmó que siendo gobernador de Antioquia, Álvaro Uribe participó con su hermano en la reunión preparatoria de la masacre de El Aro. Sobre estos hechos, el procurador general de la nación, Edgardo Maya, ordenó abrir investigación: «En lo atinente a presuntas irregularidades cometidas por el señor Álvaro Uribe Vélez, para la época de los hechos gobernador de Antioquia, se compulsarán copias a la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes… El procurador Edgardo Maya tomó la decisión luego de que la Fiscalía 17 especializada de la Unidad de Derechos Humanos remitiera la declaración de Francisco Villalba en la que revela detalles de la supuesta reunión entre el presidente Uribe, su hermano Santiago Uribe y dos jefes paramilitares en la Cuarta Brigada» (Noticias Uno, 7 de noviembre del 2008). Testimonio que amplió el paramilitar ante la Comisión de Acusaciones de la Cámara, señalando que Uribe personalmente había dado la orden de ejecutar dicha masacre (El Espectador, 12 de noviembre del 2008).

4. Ninguneando

Al que levanta la cabeza, al que hace uso del derecho legal de protestar para reclamar sus derechos, el gobierno y sus funcionarios lo acusan de terrorista, subversivo y aliado de la guerrilla. El presidente Uribe se toma fotos con campesinos, negros e indígenas, pero cuando están organizados los desprecia y los manda a la picota pública, lo que en Colombia, viniendo de él, puede ser una sentencia de muerte: culpó a la comunidad de paz de San José de Apartadó de habitar un corredor de las Farc, y a los pocos meses se produjo la masacre allí, a manos de paramilitares, junto con miembros de las fuerzas armadas del Estado. Sobre los corteros de caña que organizaron un paro para exigir lo mínimo, que no les siguieran pagando a destajo sino que les hicieran contratos de trabajo, el presidente Uribe, citando un informe, dijo que la guerrilla los había obligado a hacer el paro (Caracol, 27 de octubre de 2008). Igual pasa con los indígenas del pueblo nasa, cuya protesta fue respondida a sangre y fuego: de nuevo negó el presidente Uribe los atropellos del gobierno, pero tuvo que aceptarlos a regañadientes cuando CNN emitió un video en el que se mostraba a la fuerza pública disparando contra indígenas armados con palos. Pero de todas formas se atrevió a plantear que los indígenas se herían ellos mismos con las armas que construían (!); como en tiempos del presidente Turbay Ayala cuando, en su gira por Europa, negó que en Colombia existieran presos políticos, y luego, ante la fuerza de los hechos, lo aceptó, pero diciendo que esos presos políticos se autotorturaban en las cárceles.En el debate para pedir la renuncia del ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, por su presunta responsabilidad en los llamados falsos positivos, que en realidad son ejecuciones extrajudiciales sistemáticas, asesinatos fuera de combate por parte de integrantes de las fuerzas armadas del Estado cometidos contra civiles inermes, con patrones que se repiten a lo largo y ancho del país en guarniciones militares, por lo cual ya no se podrán calificar, como es costumbre, de casos aislados, el senador liberal Héctor Helí Rojas, quien fue uribista hace algunos años, señaló que cerca de cinco mil colombianos han sido reportados como desaparecidos desde el 2002, año en que comenzó a gobernar el presidente Uribe. Y allí mismo el senador del Polo Democrático, Parmenio Cuéllar, agregó: «Santos sabía todo lo ocurrido, pues en septiembre de 2006 el senador (Gustavo) Petro le hizo un debate sobre esos falsos positivos. Y varias ONG nacionales e internacionales lo han venido diciendo de todas las formas, pero el ministro Santos no quiso darse por enterado y por supuesto guardó silencio» (Caracol, 3 de noviembre de 2008).Los llamados falsos positivos se constituyen en un crimen de lesa humanidad, cometido por funcionarios del gobierno y del Estado colombiano, y permitido a sabiendas por otros, crímenes que tendrá que investigar la Corte Penal Internacional, pues dados los implicados en los hechos, es casi imposible que se haga justicia hoy en Colombia.

5. Apartarse del delito

La amenaza más fuerte es contra el país. La amenaza es sentir cada día más que el crimen está muy cerca del gobierno, que muchos de quienes están o han estado en el actual gobierno tienen nexos concretos con la corrupción, el delito, el narcotráfico, el paramilitarismo y el crimen organizado: Londoño, exministro del Interior; Noguera, exdirector del DAS; varios de sus exembajadores; buena parte de los congresistas que lo apoyan; hermanos y familiares de ministros como Valencia Cossio, titular de la cartera del Interior; Mario Uribe, primo hermano del presidente, por nombrar sólo algunos, y además reciben en la casa de los presidentes a enviados del narcotráfico, con el fin de buscar pruebas para enlodar a la Corte Suprema de Justicia, como al lugarteniente de Don Berna, Job, asesinado después de la visita (Semana, noviembre del 2008). Esto no es una simple opinión. Están las investigaciones que a diario se publican tanto en el país como en el exterior. La amenaza más fuerte es sentir que el presidente Uribe no ha tomado la determinación de apartarse del delito y el crimen que lo rodea, como sería su deber.Si el presidente tuviera la voluntad de retirarse de ese entorno cercano al delito, debería dejar a un lado a muchos de quienes han sido sus colaboradores, hoy investigados por la Corte Suprema de Justicia y la Fiscalía General de la Nación. Pero en vez de hacerlo se ha ido lanza en ristre contra la Corte, que se ha atrevido a desenmascarar delitos cometidos por gente de su entorno, y sigue su camino para perpetuarse en el poder, tratando de cooptar todos los poderes —si los tengo todos, nadie podrá investigar, dice el poder autoritario—, reformando la Constitución y las leyes a su antojo en busca de su tercer mandato, como lo hizo para el segundo. El periodista Antonio Caballero habló hace algunos meses de la parábola del tigre: el presidente Uribe se encuentra montado en un tigre, y si se baja del tigre, el tigre se lo come. No puede o no quiere darles la espalda a esos sectores corruptos y delincuenciales que lo acompañan, porque si lo hace, puede quedarse solo y expuesto.Con una excepción: el gobierno tuvo que reaccionar y destituir a varios altos miembros de la cúpula militar cuando los medios empezaron a dar a conocer esos centenares de casos de asesinatos de jóvenes por parte del ejército nacional; se venía además la elección del nuevo presidente de Estados Unidos, Barack Obama, quien ha tenido una posición firme en cuanto a exigir al gobierno de Uribe respeto a los sindicalistas y a los derechos humanos, y se llegó al extremo, publicado por Semana, de un soldado que denunció a sus excompañeros porque asesinaron a su hermano para que les dieran permiso de salir el Día de la Madre. La perversión, una vez que echa a andar, no tiene límites.Pero a los pocos días de las destituciones de militares, el presidente envió un doble mensaje al ejército, haciendo un homenaje al renunciado general Montoya, sindicado de patrocinar ejecuciones extrajudiciales: «El general Mario Montoya, gran general, ejemplo de eficacia» (5 de septiembre de 2008, entrevista por RCN). Y al parecer, según la revista Semana, lo nombrará embajador. O sea, destituye por un lado y elogia por el otro. Qué pensará entonces el oficial o el soldado al que le exigen eficacia: ¿continúo con lo de los falsos positivos, como hasta ahora, pero sin dejarme coger, que después me recompensarán con ascensos y prebendas?

6. Sería el momento…

Sería este el momento para que, como ocurre en otros lugares del continente —como Brasil—, se consolidaran en Colombia corrientes políticas críticas, fuertes, maduras, coherentes, éticas, creíbles, que logren sacar adelante un programa de profundos cambios democráticos. Fuerzas alternativas que puedan dejar a un lado los personalismos mezquinos, el sectarismo, y permitan pensar más en el país que en las ansias de poder de cada uno. Sería el momento para el accionar de lo que Antonio Gramsci llamó intelectuales orgánicos, gentes que están cerca de las luchas sociales, las interpretan y las acompañan. Y sería el momento para que por fin las guerrillas entregaran a todos los secuestrados y dejaran atrás esta práctica que les ha hecho más daño y les ha dado mayor desprestigio que miles de operativos realizados por cientos de batallones, y que entendieran que su tiempo pasó, que otras corrientes cruzan el mundo y que es la oportunidad de entrar en un proceso rápido y concreto de desmovilización e integración a la vida civil, quitándoles de paso su mayor excusa a quienes tienen como única política la guerra.Para que Colombia deje de ser una democracia asesina es necesario modificar la cultura del crimen que, por lo menos, está vigente desde los años ochenta: todo vale para conservar los privilegios: la tortura, la desaparición, el genocidio, las masacres y ahora los crímenes de Estado contra jóvenes inermes, reportados como dados de baja en combate. Es imprescindible una transformación profunda de las costumbres políticas, sociales y militares en Colombia. Empezando por todos y cada uno. Guardar silencio es ser cómplice. Hacer la vista gorda es volverse cómplice de los asesinos. No querer ver lo que está pasando, sabiendo qué pasa, es ser cómplice. Estar en el poder y no sancionar a quienes delinquen desde el Estado es ser cómplice de los delincuentes.

7. El narcotráfico

Cada semana los medios inundan sus espacios con noticias sobre la captura, extradición o muerte de un capo: Chupeta, El Alacrán, Jabón, Jorge 40, HH, son algunos de los nombres que más suenan en los medios —ellos son quienes hoy hacen la historia del país, ¡qué paradoja!—, y éstos son remplazados por otros. Y esos otros desaparecen y son remplazados por otros similares. Y así. El problema no son esos capos, instrumentos pasajeros del negocio más rentable del mundo hoy por hoy, el narcotráfico. El problema es que las drogas ilícitas sean, precisamente, ilícitas, y que por tanto se constituyen mafias para producirlas y comercializarlas, y son mafias que asesinan, delinquen, sobornan.Parecería que fuéramos ciegos, sordos, mudos y estúpidos, pues nos negamos a ver que no importa cuántos delincuentes caigan, siempre otros los remplazan. Ni importa cuánto dinero se gaste en esta guerra, ni cuántos miles de soldados lleguen, ni cuántas bases estadounidenses se construyan en territorio colombiano. Esta guerra contra las drogas está perdida, y es algo que ya reconocen entidades y gobiernos de diversas partes del mundo.En un país desinstitucionalizado, con altos niveles de corrupción, delincuencia y profundos desniveles sociales, y un conflicto social que no se resuelve, que además produce hoja de coca, y cocaína, y también heroína, y marihuana —que es el mayor cultivo en Estados Unidos, superando al de naranja, pero allí no se combate fumigándolo con glifosato—, es casi imposible controlar el narcotráfico con medidas policivas. El dinero del narcotráfico, que parece no tener límites, corrompe casi todo. El dinero del narcotráfico, y de la guerra contra él, es lo que alimenta la guerra en Colombia. Y echa raíces en México, Venezuela, Brasil…Un paso importante para salir de nuestros conflictos es plantear salidas innovadoras a la lucha contra las drogas, entre ellas los caminos posibles para su despenalización gradual, unidos a fuertes campañas de prevención y educación desde la niñez. No se puede olvidar que en Estados Unidos legalizaron el consumo de alcohol cuando fueron conscientes de que las mafias estaban en el poder en varias importantes ciudades. Y que se podían tomar todo el país. Colombia ha puesto tanto muerto, y ha sufrido tanto por el narcotráfico, que tiene el deber moral y político de plantear a la comunidad internacional salidas innovadoras a la fracasada guerra contra las drogas, que sólo ha dejado muerte, corrupción, desolación y crimen en el país.

Notas

Para complementar informaciones sobre la situación colombiana, ver:• Human Rights Watch: (http://www.elpais.com/elpaismedia/ultimahora/media/200810/16/internacional/20081016elpepuint_1_Pes_PDF.pdf). Informe final de la Misión Internacional de Observación sobre Ejecuciones Extrajudiciales e Impunidad en Colombia: (http://www.dhcolombia.info/IMG/Informe_misionobservacion_ejecuciones.pdf).• Amnistía Internacional: (http://www.amnesty.org/es/region/colombia/report-2008http:/www.amnesty.org/es/region/colombia/report-2008).• Comisión Colombiana de Juristas, informe del 3 de septiembre del 2008: (http://www.coljuristas.org/inicio.htm).• Comisión Intereclesial Justicia y Paz: (http://justiciaypazencolombia.org/spip.php?article156).

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