miércoles, 1 de abril de 2009

Juventud, la certeza de hoy o la incertidumbre de mañana por Catalina Ballesteros Garzón

Antes de comenzar a hablar de la juventud colombiana, cabe especificar quienes están en esa categoría. Considero que un joven en Colombia está dentro de los 15 y 25 años; antes son preadolescentes, casi niños, y después, jóvenes adultos. Aunque es un espectro muy delimitado, me parece el más pertinente.

Ahora bien, ¿qué hace de fructífero esta generación nacida entre 1984 y 1994? No necesito traer a colación estadísticas convincentes para atreverme a decir que se encuentran entre el colegio y la universidad, los que estudian y trabajan, trabajan y no estudian, y los que sencillamente no hacen parte de ninguna de las anteriores categorías. Precisamente desde este punto comienzan las diferencias en las conductas, usos y formas de vida. No podemos generalizar ni homogenizar tan abiertamente la palabra ‘’jóvenes’’, ni siquiera por aspecto cultural. Sí es evidente que estamos cobijados por las nuevas tendencias y tecnologías de las últimas décadas: instrumentos electrónicos que ciertamente mejoran la calidad de vida o la facilitan, y hasta tenemos un nuevo ‘’género musical’’, un híbrido entre reggae y un pueril alboroto puertorriqueño. Tampoco podemos dejar de lado que esta etapa del crecimiento humano tiene unas características singulares como rebeldía, el placer de ir en contra, la búsqueda de independencia y la defensa de un pensamiento propio, las cuales a su vez, si son mal asimiladas, tienden a despertar problemáticas tales como consumo de drogas, depresión, libertad sexual, etc. Pero ni estas nuevas corrientes ni los síntomas de la edad, son un firme común denominador. El campo cultural cambia en cada individuo: los jóvenes y su integralidad varían hasta por clase social, donde sus aspiraciones y probabilidades son distintas. El término usado en la sicología como proyecto de vida, aquel ``que seremos en nuestra madurez``, no es tan fácil de concretar en una familia y empleo. Aclaro que no me estoy refiriendo a ‘’qué sueñan’’ o cuáles son ‘’los anhelos de los jóvenes’’, porque innegablemente son aspectos de índole subjetiva y privada de la psiquis individual. Me refiero al rumbo que tomaran sus vidas según sus circunstancias.

Los medios de comunicación son inevitablemente influyentes, además no se caracterizan por su abierta sinceridad, ni por su congruente información, aunque si lo fueran completamente, viviríamos en la angustia insufrible de conocer amarguísimas realidades que no nos dejarían conciliar el sueño; tal vez sea algo más confortable descansar bajo el manto del eufemismo. De igual modo, la publicidad intenta vender todo lo que le sea lucrativo, y sus estrategias favoritas han sido el sexo y la violencia, pero ahora nos venden sentimientos, nos ofrecen amor y anhelos de paz. En torno a esto, me pregunto ¿a quién o a quienes van dirigidas las campañas y publicidades nacionalistas, que anuncian a la juventud colombiana de hoy, como la esperanza del mañana? En el caso de la ciudad de Cali ¿va acaso hacia el joven afrodescendiente que no puede acceder a una educación básica, y se agota la vida haciendo piruetas de circo en un semáforo? ¿a los jóvenes en la delincuencia? Si su situación sigue así, seguramente no podrán contribuir al tan pretendido progreso, ni pensar en generar empleo. Estos proyectos no son más que incentivos emocionales, placebos sentimentales, que promueven la actitud positiva, sin duda importantes dentro de la superación personal, pero no pasan de eso, intenciones. No todos los jóvenes, la futura cara del país, podrán cumplir con la responsabilidad de cambiar el mundo y seguramente se conformarán con mejorar el suyo.

Somos una generación que el tiempo convertirá en adultos, la continuidad de la situación social, económica y política actual, es por esto que somos tan importantes ahora. Si no podemos acceder a la formación que nos permita ser selectivos con los líderes y las figuras de autoridad, si no hay una calibración de la estructura de gobierno que permita bases sólidas, ni se optimizan las condiciones para la subsistencia, ser joven en Colombia no tendrá nada de ventajoso, respecto a tiempos pasados dentro del contexto. Dejando a un lado el azar del destino, tal vez estaremos justo como nuestros padres están ahora y no se verán realizadas las promesas pregonadas por la publicidad nacional.

Hoy en día podemos advertir más individualismo que hace 50 años, las mujeres ya no tenemos que casarnos con buen apellido para intentar brillar por medio de este, e incluso podemos decidir si seguir casadas o no: la familia ya no es una institución irrompible, y hay un creciente interés hacia la realización personal, lo cual me parece una actitud conveniente. La juventud presente se inclina hacia la formación de microempresa, de un capital propio que les permita seguridad y productividad, pero me temo que este objetivo lo alcanzarán los que se hagan profesionales, sin mencionar que la educación superior es de un alto costo en la ciudad, y su única universidad pública, La Universidad del Valle, resiste a malas situaciones económicas. Sólo queda seguir desarrollando estas disposiciones progresistas, y esperar que en el futuro tengamos un perfil de vida más contribuyente, y no seamos la reproducción de un país en crisis.

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